ANEXOS
6.1. TEXTOS 1. Conjunto de
pinturas rupestres en la rambla de Gérgal
Las pinturas rupestres
se localizan en dos áreas definidas de la provincia: la comarca de los Vélez y
la sierra de los Filabres. En esta zona destaca la rambla de Gérgal, uno de los
arroyos intermitentes que descienden por la cara meridional, donde las
estaciones señaladas son los abrigos I y II del Peñón de las Juntas, el Friso
de Portocarrero y la Piedra del Sestero, donde las pinturas se localizan en
paredes y taludes de difícil acceso.
Los abrigos del Peñón
de las Juntas muestran figuras de trazos rectangulares y cuadrados
interpretados como representaciones humanas en un estadio de evolución
esquematizada avanzada (abrigo 1), y un conjunto de 4 barras y 6 figuras
antropomorfas (abrigo 2).
El friso de
Portocarrero se encuentra frente a la abandonada aldea del mismo nombre y a
espaldas de un viejo molino. Sobre dos paneles encontramos representaciones
humanas muy esquemáticas, con brazos arqueados y dos cortas piernas. Pero sobre
todo destaca una figura soliforme con 10 trazos radiales, que nos hablan del
culto solar como una constante del hombre de la Edad del Bronce. La piedra del
Sestero se encuentra a un km. en la misma margen de la rambla y muestra temas
ramiformes, barras, círculos y trazos de difícil interpretación.
Las tonalidades
utilizadas varían del rojo vivo, carmín, al rojo castaño. La cronología nos
traslada a la Edad del Cobre y la pintura esquemática del arte levantino, donde
las imágenes son cada vez estilizadas y simbólicas, alcanzando una gran
abstracción.
Este arte levantino,
surgido con posterioridad al Paleolítico y extendido por todo el Levante
peninsular, muestra como la figura humana asume protagonismo. Ahora la
producción del alimento y el culto al Sol son las preocupaciones básicas, y
estos abrigos rocosos se constituyen en una especie de santuarios para
ceremonias dedicadas a la fecundidad y a las fuerzas naturales. El hombre lucha
por la supervivencia y la pintura es un claro reflejo.
Reelaboración de
MARTÍNEZ GARCÍA, J. El conjunto rupestre de la Rambla de Gérgal... 2. Matanza de
cristianos en el castillo de Gérgal en la Navidad de 1568
«... En cambio las
escenas de Gérgal no pueden ser más dolorosas. Habiéndose acumulado en este
pueblo muchos presos cristianos de uno y otro sexo, con los suyos propios y los
venidos de Santa Cruz. En vista de ello mandó el Gobernador que quedando en
Gérgal en buena custodia las mujeres, pasasen los hombres a Canjáyar. Fueron
las mujeres en sus prisiones muy molestadas por el empeño de los sarracenos en
hacerlas prevaricar, muy especialmente por las instigaciones del capitán de los
rebelados en este lugar, N. Portocarrero. Ellas siempre dieron muestras de cuál
sería su constancia, llegado el caso del tormento, por el poco caso que hacían
de promesas y amenazas. Como el cabo de esta gente hubiese entendido que venían
con gran copia de soldados los marqueses de Vélez y Mondéjar, por congraciarse
con ellos determinó ofrecerles la libertad de estas mujeres.
Entendió el caso
Portocarrero y, envió algunas escuadras de soldados para que ejecutasen en el
camino a todos los que encontraran, y así, habiéndolos tropezado en el camino
de Ohanes, dieron muerte a veinticinco mujeres... Mármol refiere que,
encerrados los cristianos en la fortaleza con engañosas promesas de que allí se
podrían guarecer mejor, una vez encerrados dentro, fueron muertos todos,
hombres y mujeres, grandes y chicos, todos los que allí se habían refugiado, y
después sus cuerpos fueron arrojados en el campo. Y añade Mármol una cosa
bastante inverosímil, dado la estación tan fría, de no acudir a un prodigio, muy
parecido a un milagro, milagro que no hay dificultad en admitir. Dice que
quedaron dos mujeres mal degolladas y desnudas en el campo, en donde estuvieron
siete días sin comer ni beber, sustentándose con solo nieve, y que fue Dios
servido que se salvasen, pues unos soldados de Baza, que iban a correr la
tierra, las recogieron y abrigaron y llevaron a la ciudad, en donde curadas de
las heridas, vinieron a sanar. Todo esto, concluye Mármol, fue ejecutado por
este hereje que en lo exterior se llamó Puerto Carrero y en lo interior Aben
Mequemur».
HITOS, FRANCISCO A.,
Mártires
de la Alpujarra en la Rebelión de los moriscos (1568)
Edición facsímil:
Granada, Universidad, Servicio de Publicaciones, 1993. 3. Los señoríos del
antiguo reino de Granada en la Edad Moderna
Estos señoríos surgen
tras la conquista del reino nazarí como estrategia de recompensa de la
monarquía a la colaboración de la vieja nobleza castellana. Su obtención se
acompañaba de la inmediata creación de un mayorazgo para impedir la división o
dispersión por herencia del señorío, y además permitía la acumulación de
patrimonio mediante estrategias matrimoniales e incluso la fusión de linajes de
la aristocracia.
El vasallo morisco así
obtenido, era muy rentable por su capacidad de trabajo, sumisión casi absoluta
y aceptación a regañadientes de los impuestos que se les imponían – la
tributación era descomunal e injusta –. Era el precio de la fe, donde la
jurisdicción señorial frenaba la presión del Estado y la Iglesia, empeñados en
erradicar las manifestaciones culturales moriscas. Los señores defienden a sus
vasallos moriscos a cambio del saqueo; en señorío los moriscos gozaban de mayor
libertad para ir armados, vestir ropas tradicionales, mantener su idioma o
realizar sus ritos.
Efectivamente los señores
verán en estos conversos un terreno abonado para abusos y rapiñas,
incrementando sus rentas hasta límites insospechados y ejerciendo un poder
despótico– los moriscos utilizarán el señorío como parachoques contra los
edictos aculturadores de la Corona.
La expulsión y
posterior repoblación origina un despoblamiento y desciende las rentas
señoriales, pero además los cristianos viejos no pueden ser chantajeados como
los antiguos moriscos, y las nuevas comunidades organizadas en torno al concejo
resisten mejor a las presiones de la nobleza por:
a) Los nuevos vasallos
poseen una nueva mentalidad capaz de oponerse a los abusos nobiliarios (el
municipio o la protesta ante los tribunales regios).
b) Repobladores con
una cesión de tierra que los hace propietarios a cambio de un canon (creación
de un campesinado libre). Por ello la importancia de los libros de Apeos y
Repartimiento como delimitación exacta de propiedades de cada vecino, iglesia o
señor.
Reelaboración de SORIA
MESA E. Señores y oligarcas: los señoríos del reino de Granada en la Edad
Moderna. 4. Martirios y
mentalidad martirial
En Las Alpujarras se
confirmó tras la rebelión morisca una peculiar mentalidad religiosa, ligada a
la repoblación cristiana y a la configuración de una nueva sociedad viejocristiana.
Los mártires
cristianos muertos durante la Navidad de 1568 por no renegar de su fe, se
convierten en objeto de culto y espejo de vida. Pero también descender de un
mártir será una inmejorable carta de presentación y de ascenso social. Las
peticiones al Rey para restaurar sus destruidas haciendas conllevará una mejora
en el repartimiento y un ennoblecimiento por gallardía (se posee sangre de
mártires).
Estos mártires nacidos
durante el levantamiento morisco generarán, además, un culto a la muerte, difundiéndose
las capillas dedicadas a los mártires, y el culto a las ánimas. Las ánimas
serán una forma de religiosidad específica del reino de Granada pero con un
marcado acento cristocéntrico, como apuesta por la presencia de Cristo
crucificado como representación del supremo sacrificio de la muerte, como
contenido teológico redencionista de la liberación de las ánimas. Era un claro
mensaje ejemplarizador para la iglesia y que se materializará en pequeñas
ermitas por todas las poblaciones alpujarreñas.
Los escenarios o
lugares de martirio se reverenciarán como sagrados. No olvidemos que hay una
realidad material de defensa permanente y vigilante del Islam (bandorelismo
monfí, desembarco de piratas y corsarios berberiscos, amenaza de escuadra
otomana) y crea la idea de sociedad de frontera. La cruzada permanece y se
refleja en la iconografía del Santiago Matamoros, ligado al reaccionarismo
católico del XVI, donde se rescata la figura del Hijo del Trueno. Es el caso de
la escultura de Juan de Orea para la fachada de la iglesia de Santiago en
Almería, estratégicamente colocada en un lugar de paso obligado para los
moriscos, pregonando la permanente cruzada del Apóstol contra los infieles.
Reelaboración propia
de los capítulos VIII y IX de la obra Martirios y mentalidad martirial en
Las Alpujarras, de BARRIOS AGUILERA M. y SÁNCHEZ RAMOS V. 5. El cable de Beires
y la Estación de Doña María
La minería del hierro
propició en la zona la instalación de cables mineros para el transporte aéreo
de mineral desde las minas hasta la vía férrea. Destacaba el cable de Beires,
que bajaba mineral desde unas minas situadas a 1800 m. de altitud en la
vertiente sur de Sierra Nevada. Desde allí atravesaba el río Chico de Ohanes en
dirección a Tices, para bajar por la rambla de Santillana, atravesar el río
cerca de Doña María y llegar a las estación de carga de esta localidad en un
recorrido aproximado de 15 km. En la estación un descargadero metálico volcaba
los grandes baldes en los vagones del tren para ser llevados hasta el cargadero
de Almería, donde era embarcado hacia las fundiciones del norte de España.
Este cable debió de
ser muy eficaz por la capacidad de carga de sus baldes, por el numero que podía
transportar (hasta un balde por cada 12 m.) y por la velocidad que alcanzaban.
Además de bajar mineral, el cable servía para abastecer al poblado minero de
combustible, alimentos y utillaje, e incluso subía harina y otros alimentos
para Tices (Ohanes) y el economato de la empresa. Algunos hombres más
atrevidos, generalmente soldados y mineros, se encaramaban a los baldes en
numero de dos o tres personas y subían hasta la mina o hasta algún regulador
intermedio. En la empresa trabajaban cientos de mineros, operarios del cable y
de la estación con turnos de día y de noche.
Los baldes se
desplazaban sobre un grueso cable fijo, tirados por otro cable tractor
accionado por una gran máquina situada cerca de las minas. De esta máquina no
quedan restos ya que fue desmontada para su traslado. Debió de ser inmensa, ya
que a decir de los viejos del lugar, se necesitaron cinco yuntas de vacas para
arrastrar el cigüeñal o pistón a la estación de Doña María. En el camino
existían más de una estación reguladora de carga, entre la que destacaba la de
Santillana. Cerca de ésta estuvo el que parece que fue el poste mas elevado del
recorrido, que partiendo del fondo del barranco alcanzaba la línea del
recorrido aéreo del cable. A veces se rompía la «tractora» y empezaba una
frenética carrera para repararla cuando antes. Para evitar accidentes por desprendimiento
de mineral, los caminos importantes eran protegidos con una techumbre en los
lugares que se cruzaban con el recorrido del cable.
Al acabar la Guerra
Civil, sobre el año 1942, con las minas ya paradas, se procedió al
desmantelamiento de las instalaciones mineras. Todo lo aprovechable fue
catalogado y bajado en los baldes hasta la estación de Doña María.
Posteriormente se procedió al desmantelamiento del cable, desmontado en piezas,
bajado en mulos hasta las partes bajas y luego en carros hasta la estación.
Este último proceso duro más de año y medio. Todo el material fue transportado
por ferrocarril hasta Palencia con la intención de montarlo de nuevo en otra
mina.
De esta gran
instalación minera de la sierra apenas quedan las ruinas del poblado, las
escombreras, una casa en pie con el emblema «ENA», los basamentos del los
postes del cable escondidos entre el matorral y el recuerdo lejano entre los
mayores de 80 años.
En la Estación de Doña
María podemos observar hoy restos de instalaciones y sobre todo el soporte del
depósito de agua para las maquinas de vapor del tren. Esta estación fue
considerada como estación de primera clase por su volumen de carga. Además del
mineral de Beires, también llegó mineral de Las Juntas (Abla) y de alguna otra
mina de la sierra de Filabres.
Hoy, esta estación
cargada de historia, envejecida y sola, ve pasar los trenes de largo. Quizá
algún día alguien se acuerde de ella, la restaure y llene su espacio con las
huellas de su memoria.
JUAN A. MUÑOZ. Fuente
oral: Francisco Hidalgo (Doña María). 7. Tradiciones: Los
duleros de Abrucena y el cerdito de San Antón
La dula es el conjunto
de ganados que pastan juntos en un terreno comunal y dulero al pastor que los
guarda. Esta profesión pervivió en Abrucena hasta poco antes de la Guerra
Civil, pero referida al ganado porcino. El dulero del pueblo era un personaje
arraigado en la tradición popular, sobre todo por lo necesario de su cometido.
Todas las mañanas
recorría las calles del pueblo haciendo sonar un cuerno característico cuyo
sonido excitaba a los cerdos de la localidad, ya que significaba que había
llegado la hora de salir a paseo. Calle por calle y al son del cuerno, los
vecinos iban abriendo pocilgas y aumentando la piara que se alejaba del pueblo
dejando un olor característico. Al llegar la tarde volvía el dulero del campo
haciendo sonar de nuevo su cuerno para que se abrieran las puertas de las
pocilgas, a las que acudían solícitamente sus moradores.
De entre todos los
cerdos destacaba sin duda el de San Antón, especialmente mimado y propiedad de
la comunidad. El cerdito de San Antón salía al campo con sus congéneres, pero
cuando se hartaba volvía a campear a sus anchas por el pueblo en busca de mimos
y mejor alimento. Este animal era donado por algún propietario de una cerda de
cría en solicitud de protección divina para que ésta o sus jabatos no
enfermaran. Este cerdo, el más gordito y lustroso sin duda, vivía libre y todos
los vecinos tenían el deber de alimentarlo. Se conocía todas las casas,
especialmente aquellas en las que mejor se le trataba. De alguna manera se
podría decir que gozaba de protección divina y del respeto de los vecinos, al
menos hasta que llegaba su hora, pues como dice el refrán, a cada cerdo le
llega su San Martín. Esto ocurría por Reyes, en el baile de Ánimas. Aquí
culminaba una amplia operación de cuestación popular donde las tradicionales
cuadrillas de ánimas aportaban las donaciones de viandas que durante días
habían recogido por los cortijos en su periplo musical y recaudatorio. A esto
se sumaban los dineros de la subasta del cerdo de San Antón. Las viandas eran
subastadas a bajo precio para socorrer a los pobres. El cerdito, a su vez, era
subastado al mejor postor y toda la recaudación redundaba en la iglesia a
través de la Hermandad de San Antón.
Por febrero, otro
cerdito feliz, libre de la disciplina del dulero, retozaba a sus anchas por las
callejas ante la mirada glotona de más de un vecino que se lo imaginaba sabroso
en su olla. Y es que, a decir de los afortunados que se hacían con la puja más
alta y cuyos «michelines» engrosaba el santo animal, no había chicha más rica
que la de San Antón.
JUAN A. MUÑOZ. Fuente
oral: Agustín Torres (Abrucena). 8. Los neveros
Hasta la llegada de
los frigoríficos a la comarca allá por los años sesenta, no había más manera
para enfriar que el agua fresca. Pero si se quería llegar a los cero grados
para refrescar bebidas o hacer helados no había más remedio que recurrir a la
nieve. Por esta razón, llegado el estío, cuando aprieta el calor, la nieve era
especialmente demandada.
Para conseguirla se
recurría a los ventisqueros de las umbrías donde la nieve aguantaba el verano
(muchos años no desaparecía la nieve en los altos protegidos del sol). Pero
para asegurarse su suministro en lugares más accesibles, se recurría a los
neveros o pozos de nieve. En ellos era depositada y aislada debidamente para
que aguantara hasta el verano.
Por la noche, se subía
a la sierra, se cargaba en el mulo y tras el amanecer era vendida por los
pueblos del valle. Uno de los productos más usuales era el granizado, que se
conseguía con la introducción de la nieve entre una olla grande y otra pequeña
rellena con agua, limón y azúcar.
JUAN A. MUÑOZ |