Un grito en el río

Por Mariano Paracuellos. 24-01-08

         Cuando Miguel me invitó, muy cordialmente, a colaborar en el valioso encuentro de la edición de un monográfico acerca de la antigua villa de La Alquería en Adra (Almería), inicialmente me fui resistiendo una y otra vez a la participación con estos amigos, luchadores incansables y compañeros de fatigas. Mi falta de tiempo desgraciadamente no me permite compartir a veces las inquietudes, aquí placeres, para ayudar a conocer, lo mejor posible, el pedazo de tierra y agua que es Adra. Esta incapacidad se convierte en pesar cuando sabes que la invitación proviene de gente carismática y que lo único que busca es lo mejor para su pueblo como es la de Alquería Viva.

¿Como no iba finalmente a aceptar solidariamente? ¡¡¡Ojalá existiese un Trebolar Vivo, La Parra Viva, etc.!!! Creo que muchos de los rincones de nuestro pueblo están pereciendo de la mano de un desarrollismo, a veces, incontrolado o lleno de intereses particulares, de economías y recompensas a corto plazo, que no hacen otra cosa que dar carpetazo final y hacer perder, para siempre, los valores y recursos de los que ha hecho gala siempre la blanca gaviota que ha sido, y quiero creer que sigue siendo, la puerta y puerto de la Alpujarra en Adra.

Cruzando el río (Antonio Bayo)

Cruzando el río (Antonio Bayo)

         ¿Como no iba finalmente a participar en este punto de encuentro? Quien me conoce sabe que me apasiona el diálogo, la alegría, la fiesta y los buenos ratos con los amigos y el mogollón, que las gentes son la música por la que hay que vivir. Sin embargo, desde que era un niño nunca me he privado, he querido prescindir, del vicio de pasar inolvidables momentos a solas con mi campo. Me he criado, y eso lo saben los lagartos, los alacranes y hasta las cuevas y los fríos calares, con los rincones más olvidados de nuestros barrancos y adelfares que suben desde Guainos, La Alcazaba o Periano.

¿Como no puedo amar las laderas en las que aprendí que los zorros no aúllan, que las noches no son frías y están llenas de vida, que las charlas son los mirlos de los libros? No hay mejor pócima para conocernos, que reflexionar a solas con las colinas y despeñaderos una tarde perdida de verano. La universidad de las ramblas me está haciendo mayor, pero no por ello va a obligarme a olvidar donde empezamos la ruta, el sendero, el itinerario ambiental.

¿Cuando fue mi primer encuentro con los recovecos y arboledas de La Alquería? Quizás esas infatigables excursiones infantiles buscando moros con Lorenzo, el Carpin o Manolo no eran otra cosa que una búsqueda de nosotros mismos, un empezar a estudiar la carrera de la vida. No recuerdo bien.

         Lo que sí sé es que a la vuelta, cuando empezaba a oscurecer, escuchábamos los ya últimos, miles yo diría, autillos que, indiferentes al futuro, cantaban excitados a su regreso de África mientras Adra nos esperaba, posados en alamedas que orillaban por doquier la ribera hasta la Cuesta del Borrego. Hoy ya no están.

Pago de Canales antes (anónimo)

Pago de Canales antes (anónimo)

         Más tarde arribaron nuevos años más crecidos, pero igual de ingenuos, queriendo llegar a las nieves por el camino del cauce. Una inquietud que luego nos valió para que alcanzáramos, lográramos explorar, el misterioso y desconocido norte que era Majaroba, el Bosque Viejo de Tolkien, el fin del mundo con sus selvas, abandonadas y salvajes cañas moriscas, mala basura refugio de bestias, pero con perlas verde esmeralda, donde las frágiles ranitas, los escondidizos pájaros a encontrar, los galápagos, quizás la Hija del Río, y los pequeños animalillos no tenían otro antojo, otra manía, que la de ocultarse y cobijarse del árido e insufrible entorno que los rodeaba.

Y por fin llegamos al incongruente fin de siglo, con la bella oropéndola, los plásticos, Víctor, Adolfo, Paco, Emilio, los tractores y el fartet. ¿Quien nos iba a decir de este insignificante pececillo tan poco aparente, pero que encandila, entre tobas y alambres, a cordobeses, madrileños y hasta a guiris ingleses? Todo ello he tenido el privilegio de mamarlo en el Campus de Adra, en su río y su Alquería. Luego el destino y la sangre han querido volver a acercarme a esta embrujada villa mora, de la mano de Merche, Carmen, Juan y su carismática y evocadora sabiduría de veredas, acelguillas, lobos y molinos.

         Claro está, con todo esto no quiero decir, por suerte, que haya sido el único que ha podido gozar de tan placentera cultura. Afortunadamente en todas las generaciones de la Alquería y de fuera de ella hay gente, antes y después, que ha apreciado y aprecia, cada vez más yo diría, donde nos hemos criado. Pero estas personas espero que me disculpen si digo que, dichosamente, tampoco fueron las primeras en apercibirse de tan preciado saber.

         En tiempos antiguos también pero, ¿por qué si no los musulmanes escogieron este lugar para su pueblo, Adra la Vieja? ¿por qué arrinconaron sus hogares en lo que hoy es Cairos, La Alquería y La Torre? Supongo que habrá más razones, pero, qué duda cabe de que aquí, en otros sitios no sé, el principal protagonista fue el río. No los litros de la valiosa agua que lleva en su vientre, no solo la riqueza de sus sedimentos. El río. El río que les dio de beber, que les dio alimento, moreras, amores, tragedias, acequias, refugio y lugar de juego para los niños. El río que les dio diez páginas de historia. No las altas cumbres y cortados. El río que vio nacer a sus hijos y a los hijos de sus hijos. El río de apacibles alamedas, choperas, tarayales, azules sauzgatillos, alegrías y frescos veranos. También el río de lágrimas, oscuros inviernos bajo techos de tormenta, leyendas susurradas, chimeneas y, a veces, ruina. Pero el río, su único río.

El río y su vergel de cañas (por cortesía de Miguel Ruiz)

El río y su vergel de cañas (por cortesía de Miguel Ruiz)

         Un río que, luego, los nuevos pobladores han seguido teniendo, en una relación también de respeto y seriedad, pero las más veces de prosperidad, vida y riqueza, no ya para si mismos, sino también para sus herederos, los naturales de Adra la Nueva. El mismo río que poco a poco está perdiendo su existencia, su lecho, sus aguas, sus cañas de vida, sus búhos, sus tejones, sus cuentos, juncos, meandros y su grata transparencia. El mismo río que desde hace diez años me intenta convencer, sin conseguirlo, de que ya no es visitable por nuestros nuevos retoños, por las gentes de otros lugares, por turistas que buscan la Adra de siempre, de que sus rutas hay que olvidarlas. Mi río.

         Ha habido muchos casos de parricidio en la historia, Javier lo sabrá mejor, pero no quiero pensar que el relato de Adra y su río sea el de otra hija más que mató a su padre.

         A pesar de no ser hombre de Letras, quise hacer un escrito sentido de La Alquería, su naturaleza y sus cumbres. Pero en los días que corren mis pensamientos caen, inevitablemente una y otra vez, despeñándose por laderas sedientas inconscientemente hacia su río.

¿Como no iba a participar en esta demanda Miguel?

Sí, por favor, el encauzamiento, los tubos, la cordura, el orden y el cemento para Marbella, faltaría más, pero no para sus Fuentes.

         He trabajado en distintos lugares de Almería y fuera de ella, en lagunas, acantilados e islas alejadas. Pero, en realidad, esas son otras pieles. La mía hay que buscarla, por siempre, en Adra, la Alquería y su río.

 

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