La
importancia ecológica de los humedales se pone de manifiesto a través de
algunas de sus principales características:
En
primer lugar, son uno de los pocos ecosistemas que soportan un índice de
productividad tan elevado, siendo capaces de albergar una rica variedad de
comunidades animales y vegetales comparables tan solo con otros hábitats
amenazados como los arrecifes de coral o los bosques tropicales.
En
segundo lugar y relacionado con el punto anterior, poseen especies
animales adaptadas a este tipo de ecosistemas y cuya existencia depende de
los mismos, en un tipo de relación recíproca. Su desaparición y/o
degradación influyen directamente en la existencia de dichas especies.
En
tercer lugar, poseen un incalculable valor tanto científico como didáctico.
Son uno de los mejores medios donde se puede evaluar la calidad ambiental
del entorno, ya que se comportan a modo de laboratorios naturales,
acusando acentuadamente los impactos, bien positivos, bien negativos. Por
otro lado constituyen una forma eficaz
de acercamiento entre hombre y naturaleza, siendo un reclamo
excelente a la hora de establecer planes o proyectos de educación
ambiental que, en definitiva, persiguen estos mismos fines.
Dentro
de zonas áridas juegan un
importante papel en la regulación de los ciclos hídricos y de las
inundaciones, debido a su eficacia evaporativa y a su capacidad para
sincronizar y retardar picos de crecida. También se caracterizan por ser
capaces de enlentecer los ciclos de materia, permitiendo la recuperación
de valiosos nutrientes. Los aguazales situados en entornos áridos
constituyen microclimas que registran temperaturas más bajas y una mayor
humedad relativa del aire, por lo que proporcionan un cierto frescor en el
ambiente durante los meses de calor.
Pese
a las definiciones anteriores que inducirían a pensar en una supuesta
abundancia de estos ecosistemas la realidad es bien distinta, pudiendo
considerarse a las zonas húmedas como uno de los hábitats más
importantes y, al mismo tiempo, más amenazados del planeta. De hecho,
existe documentación fiable sobre la magnitud que antaño tuvieron, ante
la actual en áreas encharcadas. Algunos datos históricos permiten
cuantificar la extensión perdida por algunos humedales como las Marismas
del Guadalquivir o la Albufera de Valencia, ambas hoy en el 40 y 10 por
ciento respectivamente de lo que fueron hace 2.000 años. Pero nuestra
historia más reciente es también la más dramática. En la última mitad
del siglo XX desaparecieron más del 50 % de los aguazales españoles.
Esta situación ha sido favorecida en ocasiones desde la propia
administración, como lo demuestra la tristemente famosa "Ley Cambó"
de 24 de junio de 1918 y que estuvo en vigor hasta 1986, sobre desecación
de lagunas, marismas y terrenos pantanosos que, bajo pretextos de
garantizar la salud pública, asoló gran parte de los aguazales españoles
más emblemáticos (MATAMALA, et al, 1994). Actualmente, aunque
pocos y aislados, son de vital importancia para un grupo cada vez mayor de
aves acuáticas amenazadas. Según un estudio elaborado por la Sociedad
Española de Ornitología, en el que se utilizaron aves como
bioindicadores, se catalogaron un total de 171 humedales españoles: 58 de
importancia internacional y 113 de importancia nacional. De estos tan solo
24 están protegidos legalmente, mientras que los 147 restantes carecen de
una mínima protección
formal. A tenor de estos datos resulta evidente que es preciso un mayor
esfuerzo, por parte de las autoridades conservacionistas, para la protección
y salvaguarda de este patrimonio natural de incalculable valor (ARAUJO,
1992).