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JOSÉ JAVIER
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JOSÉ JAVIER
MATAMALA GARCÍA
JOSÉ
MANUEL PÉREZ
Artículo
publicado por la revista Foco Sur (1997) : nº 17: 20-23
Desertización:
conceptos básicos El término desertización
se aplica a un complejo proceso donde intervienen multitud de factores
bioclimáticos, geográficos y antropógenos, cuyo resultado final es la
denudación o pérdida del suelo mediante la acción de los agentes
erosivos. La palabra desertificación
es una mala traducción del sustantivo que en los idiomas francés e inglés
identifican al proceso que en castellano se define como desertización.
Según algunos autores, como el físico y divulgador científico Manuel
Toharia (1990), no existen dos mecánicas diferentes definidas por sendos
sustantivos, sino un fenómeno único
independiente de la zona afectada y que implica la progresiva desaparición
del suelo cultivable, así como de la vida vegetal y animal. Sin duda, el
hombre ha influido en este proceso sobre todo a lo largo del último
milenio, aunque el fenómeno en sí esté inmerso en un problema de mucho
mayor alcance, de tipo bioclimático, que hace de nuestra era un período
de transición similar al Pérmico. Sin embargo, la
influencia humana, aunque
infinitesimal dentro de la historia geológica de nuestro planeta, ha sido
realmente devastadora. Por citar algún
ejemplo gráfico, basta señalar que de los 25.000 millones de hectáreas
arboladas existentes en Madagascar al comienzo de este siglo, tan solo
quedan 2 millones en la actualidad. Dentro del ámbito mediterráneo la
relación hombre - desertización ha sido una constante secular; hace
100.000 años, el hombre de Neardental ya hacía pleno uso del fuego con
el objeto de acrecentar los terrenos destinados al pastoreo. Se puede afirmar que
España es el país europeo con mayores y más graves procesos de
desertización, especialmente intensos en algunas provincias del Sureste
Ibérico como Murcia, Granada y Almería, a la vez que mantiene dentro de
su territorio subdesiertos consolidados como el de Tabernas. Según datos oficiales
aproximadamente el 30% de la superficie española, unos 15 millones de
hectáreas, están sometidas a procesos graves o muy graves de erosión hídrica
y un 24% a procesos erosivos moderados. Extrapolando estas cifras podemos
afirmar que, de los 52 millones de hectáreas que ocupa el territorio español,
aproximadamente el 66%, es decir 34 millones de hectáreas, se encuentran
dentro de la dinámica de importantes procesos erosivos que están
desembocando en una progresiva y alarmante desertización. De un modo gráfico
puede afirmarse que unos 1.500 millones de toneladas de suelo se pierden
por erosión anualmente en España, lo que equivale a decir que cada
minuto se destruyen 3.000 toneladas de suelo. Si se tiene en cuenta que en
la generación de un par de centímetros de espesor de suelo la naturaleza
invierte 1.000 años y que, según algunos edafólogos, nuestro país
pierde cada año 1 milímetro de suelo, se puede deducir que actualmente
la capacidad de regeneración del mismo es 20 veces inferior a la de su pérdida.
La cubierta vegetal
equivale a la piel que rodea a nuestro cuerpo y, de modo similar, actúa
como la primera y principal defensa contra las agresiones procedentes de
los agentes patógenos que nos rodean, ofreciéndonos una segura y eficaz
protección; si ésta se rompe, es decir si se producen heridas, dicha
barrera inmunológica deja de ser efectiva y nuestra salud puede verse
seriamente comprometida. Del mismo modo la cubierta vegetal aísla, fija y
protege al suelo de los agentes erosivos. De hecho, el control efectivo de
la desertización pasa inexorablemente por el de los procesos de erosión,
constituyendo la conservación y regeneración de la vegetación la
principal herramienta contra el avance del desierto.
Parámetros
que influyen en el avance del desierto El primero y principal
de éstos es la deforestación
masiva que ha soportado y soporta este país, lo que provoca la
denudación del suelo fértil y su progresiva desaparición por la acción
de los agentes erosivos. La destrucción de grandes masas forestales para
su aprovechamiento, para el aumento de tierras de cultivo, etc.,
es un hecho histórico fácilmente constatable y que ya hemos
descrito al hablar de algunas serranías almerienses como Gádor o
Filabres, aunque en la actualidad son los incendios forestales el
principal agente causante de tan basta deforestación. Si el historiador
romano Plinio visitara actualmente España, la bautizaría probablemente
con el nombre de "Tierra del Fuego", apropiándose de la
denominación que Magallanes dio a la Patagonia. Y es que, los bosques y
matorrales españoles parecen salir de una permanente noche de San Juan
donde el fuego, en este caso destructor que no purificador, asola y
calcina miles de hectáreas cada año, convirtiendo a esta piel de toro en
un cuero, cada vez más roído y deteriorado. Algunos ecólogos como
Joaquín Araujo (1992) afirman que la velocidad de destrucción de
nuestros bosques es 600.000 veces superior a su capacidad de crecimiento
natural y que la destrucción del patrimonio forestal mantiene un ritmo
medio de 95 millones de árboles quemados al año. Cabe destacar,
que durante las tres últimas décadas hemos perdido el 12 por
ciento de la superficie arbolada de nuestro país. Desde 1970 a 1990
ardieron en España 2.210.000 hectáreas, superficie equivalente a dos
veces y media la extensión de la provincia de Almería. Durante el mismo
período se calcinaron en Andalucía 472.700 hectáreas. En cualquier
caso, con una media superior a las 100.000 hectáreas anuales de desolación
y calcinación, los esfuerzos de la administración, tanto a nivel
central, como autonómico parecen ser insuficientes frente a la magnitud
de esta catástrofe ecológica. Los datos oficiales del Plan Infoca/95 y
96 han dado los valores más bajos de este tipo de siniestros, para
nuestra provincia, durante el último quinquenio; noticia sin duda
esperanzadora, aunque no concluyente, que indica notables mejoras en las técnicas
y medidas de control, aunque no puede obviarse la corresponsabilidad de
los factores metereológicos que han caracterizado este bienio tras un
prolongado período de sequía.
Principales
causas de los incendios forestales Tras el análisis estadístico
de las últimas dos décadas puede inferirse que tan solo el 5% de los
incendios forestales se deben a causas naturales o fortuitas, el
15% se producen por negligencias, más del 35% son intencionados y,
aproximadamente, del 40% restante se desconocen sus causas concretas,
aunque mayoritariamente se les supone un origen antrópico. Es decir, que
de las 100.000 hectáreas que arden por termino medio en nuestro país
cada año, tan solo 5.000 corresponderían a incendios forestales de
origen natural por lo que, en cualquier caso, seríamos los responsables
directos de más del 90% de nuestra particular España en llamas. ¿Estamos acaso en un
país de pirómanos y psicópatas? A la vista de estos resultados sería fácil
argumentar en favor de este postulado; sin embargo, en ecología los análisis
simplistas casi siempre conducen a errores más o menos graves, por lo que
se hace necesario manejar con cuidado las avalanchas de números y los
estudios estadísticos. ¿Por
qué arden los montes españoles? Como hemos comentado
anteriormente, existe una inadecuación
entre los recursos destinados a la prevención de incendios en comparación
con las pérdidas que éstos originan. Pese a los miles de millones que se
invierten en la prevención y lucha contra los incendios y a la creación
de nuevos servicios cada vez más especializados y eficaces, en esta
particular batalla las pérdidas siempre superan a las inversiones. Evidentemente existen
pirómanos y algunos dementes dispuestos a hacer arder el monte por puro
placer, aunque afortunadamente son los menos. Otros más cuerdos y, sin
duda, más desaprensivos por diversos motivos están dispuestos a arrimar
el ascua a esta singular hoguera nacional. Entre las oscuras causas
intencionadas podemos encontrarnos con especuladores de diversa índole,
que pueden pretender bajar el precio de la madera para incrementar sus
beneficios, utilizar terrenos con fines urbanísticos o turísticos,
intentar influir en la recalificación de los suelos
y que normalmente utilizan a terceras personas para conseguir sus
objetivos. Algunos cazadores que, con la pretensión de eliminar obstáculos
para disparar, levantar piezas o vengar la perdida de su derecho de caza,
también actúan como incendiarios. Incluso los contrabandistas no se escapan de "la
quema" cuando, con el ánimo de eludir o, al menos, distraer a las
fuerzas de seguridad hacen correr las lúgubres cortinas de humo tan
habituales en este país. Colectivo importante lo constituyen algunos
agricultores y ganaderos que, con el afán de ampliar sus terrenos
productivos, de manifestar su desacuerdo por medidas que los hayan
perjudicado, o saldar rivalidades con otros propietarios
tampoco dudan en contribuir con su granito de fuego a este debacle
nacional. Los vertederos y basureros mal acondicionados y próximos a
zonas forestales constituyen también un polvorín durante el estío.
Dentro de esta lista no podemos olvidar a algunos de nuestros entrañables
"domingueros" que, ajenos a los recursos naturales de los que
disfrutan, anteponen la necesidad de un arroz a la marinera con hoguera,
cual derecho de pernada sobre el medio ambiente, a las consecuencias no
gastronómicas que esta puede ocasionar en el implacable estío ibérico.
Tampoco debemos olvidar aquí los múltiples incendios forestales que se
producen bajo el fuego de la artillería durante el desarrollo de
maniobras militares. En ningún caso nos anima la intención de acusar a
nadie; todos somos inocentes mientras no se demuestre lo contrario y, si
no, que se lo pregunten a los fiscales encargados de instruir las
diligencias de estos lamentables hechos pese a estar recogidos en la última
reforma del código penal como delitos con penas de cárcel. Aun así, la
ecuación que pretendemos desarrollar posé aún diversas lagunas. ¿Como se explica que
seamos el país europeo con mayor porcentaje de terrenos calcinados a lo
largo del año? ¿Como se entiende que países mediterráneos como
Marruecos, con un grado de concienciación supuestamente menos elevado y
con un impresionante patrimonio forestal, lo sigan manteniendo sin contar
con apenas recursos, pese a
poseer factores de riesgo similares? Según algunos
expertos, como el Catedrático de Botánica Francisco Valle, las
respuestas a estos interrogantes podrían estar en una inadecuada política
de repoblación forestal. El fuego es un fenómeno intrínseco a la
vegetación mediterránea; a causa de las tormentas eléctricas y las
elevadas temperaturas que caracterizan el estiaje, los incendios fortuitos
se han producido de forma secular dentro de un contexto vegetal
perfectamente adaptado a estos episodios. De esta forma, la vegetación
autóctona tras cientos de miles de años de evolución presenta
actualmente singulares sistemas adaptativos frente a las llamas. Sin
embargo, la presencia de enormes masas forestales, tanto en extensión
como en densidad, procedentes de repoblaciones favorecen, por norma
general, una propagación imparable de las llamas con la consiguiente
deforestación de grandes superficies arboladas. La mayoría de estas
repoblaciones se basan en especies de rápido crecimiento como las pináceas
(pinos), que han ido desplazando especies y ecosistemas autóctonos. Estas
especies se caracterizan, en general, por ser altamente inflamables, en
parte por ser resinosas y por la propia constitución morfológica de sus
hojas. A partir de una determinada densidad del bosque los cortafuegos van
perdiendo eficacia, entre otras causas porque las piñas, con el calor,
son capaces de saltar a más de 500 metros de distancia actuando como
autenticas bombas de propagación; lo mismo suele ocurrir con trozos de árboles
que literalmente vuelan despedidos por las fuertes corrientes térmicas
que se generan en un incendio. A estas hipótesis se sumarían las de
otros expertos que aseguran que más del 90% de los incendios forestales
se desarrollan en zonas previamente reforestadas. Pedro Molina,
ex-Subdirector General del antiguo ICONA, solía recurrir a la frase:
"Los fuegos se apagan en invierno". Quizá algunas alternativas
para la solución a este problema podrían pasar en Andalucía por la
recuperación en lo posible del paisaje vegetal mediterráneo. La inclusión
de pinos no tendría forzosamente que descartarse, pero éstos deberían
permanecer prudencialmente distanciados entre sí tal y como marcan los cánones
de su desarrollo en medios silvestres. Los tratamientos selvícolas
empleados por la administración forestal deberían ser menos agresivos.
"Aclarar o limpiar" el monte, para que las zonas arboladas
crezcan y se desarrollen más rápidamente, es un concepto obsoleto,
heredado de antiguas políticas en las que el principal objetivo era la
producción maderera. En este sentido, es necesario actuar con suma
prudencia mediante podas selectivas que respeten la existencia de otras
especies menos resinosas y más ignífugas, como son los matorrales
mediterráneos, perfectamente adaptados a estos ecosistemas. Esta situación
garantizaría una menor incidencia de los procesos erosivos y aumentaría
la humedad del suelo mediante la creación de mayores superficies de
sombra capaces de contrarrestar la evaporación masiva que por la tremenda
insolación y elevadas temperaturas se producen en estas latitudes. Además,
este tipo de vegetación aumenta potencialmente la biodiversidad del hábitat
y se regenera más rápidamente en caso de incendio. La regeneración de un
bosque tras un incendio depende del régimen de precipitaciones, cantidad
y calidad del suelo, localización geográfica, así como de las especies
vegetales implicadas, entre otros factores. De esta forma, la nueva
formación de una arboleda podría llegar a estabilizarse, en caso de no
producirse nuevos incendios, en un plazo que oscilaría entre los 25 y 100
años, período suficiente para que los agentes erosivos produzcan una
notable denudación del terreno. Sin embargo, si estas arboledas hubieran
convivido con arbustos y matorrales mediterráneos, la generación de la
nueva cubierta vegetal se produciría a una mayor velocidad, entre 2 o 3 años,
contribuyendo directamente a una protección más efectiva del suelo,
mientras que las especies de mayor porte continuarían con su ritmo
natural de desarrollo. No siempre las
formaciones arbóreas, pese a su espectacularidad, son las únicas o las más
adecuadas a la hora de frenar los procesos erosivos. En Andalucía
Oriental, el paisaje vegetal presenta además poblaciones de matorrales
autóctonos como azufaifares, cornicales, lentiscares, sabinares,
retamares, palmitares, romerales, etc. que, adaptados a sus biotopos
originales, son perfectamente eficaces como fijadores del terreno. En este
sentido, cabe destacar un lento pero decidido cambio en la política
forestal andaluza al incluir a estas y otras especies en las repoblaciones
forestales.
La quema de rastrojos y matorral, prohibida en la mayor parte de las países
comunitarios, es otro de los nefastos hábitos de esta España en llamas.
Práctica habitual en nuestros campos, continua utilizándose con el
objeto de limpiar y preparar la tierra para nuevos cultivos. Entre otros
efectos negativos que produce esta actividad destacan su contribución
directa al empobrecimiento del suelo y al efecto invernadero; es causa de un importante número de incendios forestales,
sobre todo, en época estival; produce una gran mortandad de fauna de
pequeño tamaño y microscópica, y favorece la erosión al provocar la
denudación del suelo. Actualmente esta práctica está regulada durante
los meses estivales en algunas comunidades autónomas como la andaluza.
Sin embargo, es una medida parcial, poco rigurosa y difícilmente
controlable. Parece más coherente desarrollar otro tipo de alternativas
como la recogida de este tipo de materiales orgánicos y su traslado a
plantas de transferencia para su transformación en abonos orgánicos. El agua es un bien
escaso en las zonas áridas, donde su presencia delimita las áreas de
actividad humana. En este tipo de hábitats, donde el equilibrio ecológico
es muy frágil, una inadecuada explotación de sus recursos suele ir
acompañada de la destrucción del mismo y, por ende, del aumento de los
procesos erosivos. Según recientes estudios encargados por el Parlamento
Europeo a la Universidad Politécnica de Valencia, la explotación de los
recursos hídricos en algunas provincias del Sureste de español como
Almería, Murcia y ciertas zonas de Alicante, llega a superar hasta el 150
% de su capacidad, muy por encima del resto de las explotaciones de acuíferos
en Europa. El principal problema de la sobreexplotación del agua en estos medios es la progresiva
salinización de los acuíferos donde suele concentrarse y, por
consiguiente, la del suelo. Los depósitos de sales en éstos constituyen
un fuerte limitador para la vida que en ellos pueda desarrollase, así el
resultado final de este proceso suele ser la desertización. El problema
es especialmente grave si tenemos en cuenta que la explotación de los
recursos hídricos va directamente relacionada con la agricultura. En este
sentido los agricultores que no tengan agua con la suficiente calidad para
regar sus cultivos, no tendrán otra opción que la de abandonarlos
desapareciendo entonces la única "barrera verde" contra el
inexorable proceso de desertización. Las políticas que
pretenden solucionar estos problemas a través del desarrollo de trasvases
desde otras cuencas hidrográficas más ricas son cuanto menos
inquietantes. Cabe destacar, que la mayoría de los ecólogos españoles
coinciden al afirmar que los daños que estos macro proyectos causarán en
el medio ambiente, pueden superarán con creces los supuestos beneficios
económicos y sociales que se persiguen a corto plazo. En estas
circunstancias un hipotético trasvase a las comarcas almerienses de
cultivos extra tempranos, probablemente, solo contribuiría a potenciar un
desarrollo incontrolado de nuevas áreas de cultivo lo que produciría un
continuismo en esta situación de agonía. En la mentalidad de un
agricultor, el hecho de que los más prestigiosos científicos pronostiquen
que el poniente almeriense se convertirá en un "desierto de
sal" en los próximos 40 o 50 años, puede parecer alarmista y, en
cualquier caso, no afecta a su futuro inmediato. En España se riegan
cerca de 4,4 millones de hectáreas de cultivos y pastos, lo que
representa el 15% de la superficie agrícola útil y el 80% del consumo
total de agua de este país. El Avance del Plan Nacional de Regadíos prevé
la ejecución de 157.034 nuevas hectáreas de regadíos en los próximos
10 años. Ante estas previsiones cabe preguntarse cual es el sentido de
semejante ampliación cuando todavía no se ha podido asegurar el futuro
de muchos de los cultivos que ocupan la superficie de regadío, dentro del
contexto comunitario. Probablemente, la
solución al mantenimiento de nuestros recursos hídricos pase por una
decidida voluntad política de racionalizar su uso, evitar el aumento
innecesario de las superficies cultivadas, adecuar las redes obsoletas,
evitar la exposición directa al sol de balsas y canalizaciones
disminuyendo así la elevada evotranspiración que se produce, reorganizar
la explotación del suelo adecuándolo a su potencialidad real y, en
definitiva, realizar un aprovechamiento coherente de los recursos
naturales. Paradójicamente, el
abandono del medio rural y de las actividades agrícolas tradicionales
es una de las principales causas de desertización en nuestro país. Según
Eduardo de Miguel Beascoechea, responsable del Área de Agricultura en el
Fondo del Patrimonio Natural Europeo, la actual política de abandono de
tierras de cultivo que favorecen las directrices de la Política Agraria
Comunitaria (P.A.C.), está produciendo un fenómeno de gran repercusión
social y ambiental. La población activa agraria ha disminuido del 27% al
8% en los últimos 20 años y se han dejado de cultivar medio millón de
hectáreas. El abandono de las explotaciones extensivas tradicionales, el
abuso de los cultivos arbóreos de secano (olivo y almendro) directamente
relacionados con los fenómenos de erosión grave, están bajo el auspicio
de la P.A.C. contribuyendo directamente al avance del desierto en nuestra
provincia.
Algunas prácticas
tradicionales como la recolección
de plantas aromáticas, frecuente en los secarrales españoles,
constituye otro de los factores desastibilizadores de estos hábitats.
Cuando la recolección de ciertas especies de romero y sobre todo de
tomillo pasan de un uso familiar enmarcado dentro de un contexto económico
de subsistencia, a fines claramente industriales, se produce un desajuste
entre el aprovechamiento y la conservación de los recursos. La Orden
de la Consejería de Medio Ambiente por la que se regula la recolección
de ciertas especies vegetales en los terrenos forestales de propiedad
privada de la Comunidad Autónoma de
Andalucía, junto con la propia Ley
de Montes pueden ser efectivas en el control de estas actividades,
aunque deberían contemplar su actuación sobre zonas rurales deprimidas
donde este tipo de aprovechamientos suelen contribuir al mantenimiento
económico familiar. La proliferación de vehículos todoterreno, también denominados 4 x 4, es un fenómeno intrínseco a las últimas décadas. Actualmente más de 200.000 unidades corresponden a este tipo de automóviles, un 2% del parque móvil nacional. En un plazo relativamente corto, se ha pasado del todopoderoso "seilla" a los potentes "todoterrenos" capaces de llegar a casi cualquier sitio, de forma que pocos rincones de este cuero herido permanecen aun exentos de las huellas de sus anchos neumáticos y del rugido ensordecedor de sus muchos caballos ... de vapor. Afortunadamente la mayoría de estos vehículos nacen y mueren en el seno de las grandes ciudades, como atributos de un extraño concepto de las apariencias sociales. Sin embargo, un porcentaje importante merodean en los montes españoles; algunos de forma organizada y bajo condiciones que garantizan un impacto ambiental mínimo. Otros, descontrolados y al arbitrio de sus osados jinetes que parecen querer demostrar sus casi ilimitadas capacidades de pernada sobre la naturaleza, pese al olor de embragues quemados. España, país montañoso por excelencia, mantiene cientos de miles de kilómetros en caminos forestales, pistas rurales, caminos de montaña, rayas de montería y complejos deportivos de alta montaña. Cicatrices que no contribuyen a evitar los procesos erosivos, si no más bien a aumentar las áreas desgarradas. Es necesario establecer un marco de medidas legales capaces de frenar ciertas modas o tendencias sociales, que no por momentáneas son menos dañinas. La prohibición y control efectivo de la circulación fuera de las pistas expresamente indicadas, del acceso a zonas potencialmente peligrosas durante el estío por ser víctimas propiciatorias de los incendios forestales, la austeridad y cautela a la hora de establecer nuevos caminos forestales, el respeto de esas grandes olvidadas que son las vías pecuarias, son algunas medidas, sin duda impopulares, pero necesarias si se pretende establecer una política preventiva adecuada. |